El intento de asesinato de Domingo Faustino Sarmiento en 1873, cuando visitaba a su «amante»
Los personajes políticos argentinos, a lo largo de toda su historia, han despertado tanto amores como odios. No sólo cada vez que se debate sobre su figura, también en vida con decisiones y giros ideológicos que marcaron su nombre.
Hace más de cien años, en pleno siglo XIX, las cosas se arreglaban de manera «más simple» y los políticos solían ser los personajes más expuestos y de fácil objetivo para sus odiadores o matones pagos que se negaban a manchar sus manos de sangre. Algo así le sucedió al «Padre del aula»,
Pasiones y odios
El sanjuanino Sarmiento fue presidente de la Nación Argentina desde el 12 de octubre de 1868 al 12 de octubre de 1874. Es decir, el día que casi lo asesinan estaba pronto a finalizar su mandato. Cuando Juan Manuel de Rosas fue derrotado en Caseros, tuvo diferencias con Justo José de Urquiza lo que aceleró su decisión de irse al exilio.
Pasaron los años, y cuando su nombre comenzó a sonar para suceder a Bartolomé Mitre en la presidencia, entendió que debía sumar aliados políticos. Fue así que en un gesto conciliador visitó a Urquiza en Entre Ríos, pero el huésped le saldría caro al caudillo porque tiempo después Ricardo López Jordán planearía asesinarlo en abril de 1870.
Es así que Sarmiento pasaría gran parte de su mandato luchando contra los rebeldes de Entre Ríos y uno de los motivos que explicaría por qué se transformó en el primer presidente argentino en sufrir un atentado.
Organización criminal
Unos días antes un italiano, Aquiles Segabrugo, les explicaba a tres hombres en un bar de La Boca los pasos a seguir del plan que tenía como objetivo asesinar al presidente. Francisco y Pedro Güerri, quienes no eran parientes, lo acompañaban junto a Luis Casimir. Todos tenían menos de 40 años.
«El Austríaco» Segabrugo les había prometido 10.000 pesos para hacerse cargo del trabajo «sucio». Además, una vez hecho los deberes, serían sacados del país en barco. Todo estaba fríamente calculado, o al menos eso parecía.
Ese 23 de agosto fue sábado, Sarmiento se movía solo cuando realizaba «trámites personales» como pasó aquel día donde fue a visitar a Aurelia Vélez, su joven amante desde 1855.
El presidente salió de su casa ubicada en la calle Maipú, entre Tucumán y Del Temple (hoy Viamonte). Se trasladó usando un carruaje tirado por dos caballos en dirección a Corrientes sin saber que, en la esquina, lo esperaban tres hombres armados con puñales y trabucos.
El primer movimiento fue abalanzarse sobre el carruaje, ahí Francisco Güerri disparó con su trabuco sobrecargado de pólvora que le estalló en la mano. Perdió un dedo pulgar. Uno de los proyectiles entró por la ventada y salió por el otro, pero la sordera de Sarmiento le impidió darse cuenta de que estuvo a un instante de morir y recién fue notificado del atentado al llegar a la casa de los Vélez Sarsfield.
Cuando se le consultó por el incidente, Sarmiento expresó: “Hirieron la más alta investidura que puede ostentar un ciudadano de la República; se resquebrajó el respeto a la autoridad”.
La policía detuvo a tres sospechosos que huían cerca de la zona del bajo por Corrientes. Los Güerri no tardaron en confesar que quien les encargó la tarea fue Segabrugo, pero para ese entonces ya había escapado a Montevideo.
Lo encontraron dos días más tarde, pero asesinado a tiros. Siempre se sospechó que su asesino fue el simpatizante de Jordán, Carlos Querencio. El comisario Miguens, que siguió el caso, había encontrado en la habitación del hotel que alquiló «El austríaco» documentación que probaba que López Jordán fue el principal promotor del atentado, pero los papeles fueron interceptados antes de llegar a Buenos Aires.
Mientras tanto, se llevó a cabo el juicio contra los autores. Francisco Güerri fue sentenciado a 20 años de cárcel, Pedro Güerri y Casimir recibieron 15. Pedro murió en la cárcel en 1883, Pancho fue indultado por Miguel Juárez Celman durante su presidencia.
El atentado al presidente Sarmiento no sería el último y abriría una serie de intentos de asesinatos a los primeros jefes de Estado que se ganarían más enemigos que aliados.
Por Yasmin Ali
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