Por ley 20.770 se conmemora la epopeya de la Batalla de la Vuelta de Obligado.
El Día de la Soberanía Nacional se debe a La batalla de la Vuelta de Obligado, que sucedió en 1845, y en la que soldados argentinos repelieron la invasión del ejército anglo-francés, que pretendía colonizar los territorios de nuestro país. Pero el Gobierno de Juan Manuel de Rosas, respaldado desde el exilio por el general José de San Martín, preparó una resistencia y lo impidió.
Los invasores intentaban ingresar por el Paraná. Sin embargo, las tropas nacionales, al mando de Lucio Mansilla, se anticiparon en un estrecho recodo de ese río: la Vuelta de Obligado, en el distrito bonaerense de San Pedro.
La batalla histórica
La flota anglofrancesa avanzó en dos divisiones al mando de los comandantes Tréhouart y Sullivan. Las tropas defensoras se encontraron con la nave capitana francesa de frente a las baterías, a lo cual se decidió abrir fuego matando en el acto a 28 hombres de dicho buque y dañando seriamente su arboladura.
Tras dos horas de un feroz combate ya era evidente la escasez de municiones de las fuerzas nacionales y con la disminución en los disparos de la escuadra defensora, los atacantes vuelven sobre las cadenas encabezados por el buque Firebrand y a martillazos sobre un yunque, logran cortarlas. Dos batallones avanzaron al mando del comandante Sullivan contra la batería del sur siendo cargados a bayoneta por un grupo de soldados encabezado por Mansilla, quien fue derribado por una salva de metralla que lo hirió de gravedad en el pecho, y dejando el mando al artillero capitán Juan Bautista Thorne. Pese a la heroica defensa, la derrota fue inevitable.
Si bien la batalla significó una victoria para los europeos, fue tan grave los daños sufridos y la gran cantidad de muertos que contabilizaron que el enfrentamiento le terminaría significado lo que se denomina un saldo pírrico: una derrota en la victoria. «Considerada la fuerte oposición del enemigo y la obstinación con que fue defendida, debemos agradecer a la Divina Providencia que aquella no haya sido mayor», dijo el almirante Samuel Inglefield tiempo después.
Incluso San Martín, enterado de la heroica defensa argentina, le comentó a su amigo Tomás Guido desde su exilio francés: «Ya sabía la acción de Obligado; ¡qué inequidad! De todos modos los interventores habrán visto por esta muestra que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca. A un tal proceder no nos queda otro partido que el de no mirar el porvenir y cumplir con el deber de hombres libres sea cual fuere la suerte que nos depare el destino, que en íntima convicción no sería un momento dudosa en nuestro favor si todos los argentinos se persuadiesen del deshonor que recaerá en nuestra patria si las naciones europeas triunfan en esta contienda que en mi opinión es de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de la España».
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