El 20 de diciembre de 1945, durante la presidencia de facto de Edelmiro Farrell se creó el aguinaldo, Mediante el decreto 33.302

Comenzó a practicarse como iniciativa privada en la década de 1880, cuando algunos comerciantes resolvieron premiar a sus empleados por su desempeño a lo largo del año.

Las retribuciones variaban de acuerdo a cada patrón. Por lo tanto, algunos trabajadores recibían un importante incentivo, otros una respetable recompensa, otros una buena propina y algunos nada.

A partir de aquellas retribuciones espontáneas, surgieron gremios (o grupos) de trabajadores -los basureros y los canillitas, por ejemplo- que recorrían los vecindarios solicitando «el aguinaldo».

En mayo de 1910, el gobierno municipal porteño, a cargo de Manuel Güiraldes, tomó una medida innovadora. Pagar a todos sus empleados un mes de premio, que se denominó «Aguinaldo del Centenario». Algo similar ocurrió en Jujuy, en 1924, cuando el Congreso provincial aprobó el pago de aguinaldo a los empleados públicos, con excepción del gobernador y vice gobernador. Existieron otros casos, pero sirven estos dos ejemplos de acción municipal y provincial como antesala del proyecto nacional.

El mismo tuvo lugar el se dispuso la creación del Instituto Nacional de Remuneraciones que, entre otras medias, establecía, en un principio a la actividad privada, el pago del Sueldo Anual Complementario. El decreto fue impulsado por la Secretaría de Trabajo y Previsión, a cargo de Juan D. Perón, quien explicó que le había sido sugerida hacía un año por el sindicato de Comercio.

La medida generó debate en todos los campos. El socialista Alfredo Palacios acusó al gobierno de obtener un provecho electoral (se elegiría presidente en dos meses), dada la crítica situación económica y social que agobiaba a la administración de Farrell. Las protestas continuaron, pero el Ejecutivo no dio el brazo a torcer. Así quedó instaurado el aguinaldo, cuyo origen más lejano se remonta a la Antigüedad cuando los pueblos del hemisferio del norte celebraban el solsticio de invierno.

Se realizaban reuniones con bailes, cantos y regalos. Los celtas intercambiaban presentes en celebraciones llevadas a cabo por los druidas. El clásico obsequio consistía en frutos acompañados por hojas de muérdago, la planta sagrada, que llamaban gui. Luego, los franceses usaron esta expresión: «Au gui de l’an neuf» («Muérdago del año nuevo») que gritaban en sus corridas por las calles del poblado. De allí surgió el nombre de guillaneu que se le dio a la clásica canasta con frutos. Esta palabra siguió su rumbo y desembocó en el español bajo la forma de aguilando. Aclaremos que el Diccionario de la Real Academia Española tiene otra versión: sostiene que el término proviene del latín hoc in anno (en este año).

Aguilando fue el nombre que se le dio al regalo que se entrega en Navidad. Los aguilanderos eran quienes recorrían las casas, cantaban villancicos en las puertas para ser recompensados con un aguilando que, en un principio, era un obsequio simbólico; pero luego pasó a ser un plato de comida, un vaso de vino, una canasta con frutas u otros comestibles. Una antigua copla decía:

Abre la puerta, María,

que te traigo el aguilando:

una patata cocida.

¡Corre, que viene quemando!»

Entonces ocurrió lo que ha pasado a varios términos. Por vía oral se produjo una metástasis -vocablo griego que significa mudanza de lugar-, como en la palabra murciélago, que originalmente era murciégalo (ratón ciego). Y aguilando se transformó en aguinaldo.

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